FROMM,
Erich. El arte de amar. (Fragmento)
Amor erótico.
El
amor fraterno es amor entre hermanos; el amor materno es amor por el desvalido.
Diferentes como son entre sí, tienen en común el hecho de que, por su misma
naturaleza, no están restringidos a una sola persona. Si amo a mi hermano, amo
a todos mis hermanos; si amo a mi hijo, amo a todos mis hijos; no, más aún, amo
a todos los niños, a todos los que necesitan mi ayuda. En contraste con ambos
tipos de amor está el amor erótico: el anhelo de fusión completa, de unión con
una única otra persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal;
es también, quizá, la forma de amor más engañosa que existe.
En
primer lugar, se lo confunde fácilmente con la experiencia explosiva de
«enamorarse», el súbito derrumbe de las barreras que existían hasta ese momento
entre dos desconocidos. Pero, como señalamos antes, tal experiencia de
repentina intimidad es, por su misma naturaleza, de corta duración. Cuando el
desconocido se ha convertido en una persona íntimamente conocida, ya no hay
más barreras que superar, ningún súbito acercamiento que lograr. Se llega a
conocer a la persona «amada» tan bien como a uno mismo. O, quizá, sería mejor
decir tan poco. Si la experiencia de la otra persona fuera más profunda, si se
pudiera experimentar la infinitud de su personalidad, nunca nos resultaría tan
familiar -y el milagro de salvar las barreras podría renovarse a diario-. Pero
para la mayoría de la gente, su propia persona, tanto como las otras, resulta
rápidamente explorada y agotada. Para ellos, la intimidad se establece
principalmente a través del contacto sexual. Puesto que experimentan la
separatidad de la otra persona fundamentalmente como separatidad física, la
unión física significa superar la separatidad.
Existen,
además, otros factores que para mucha gente significan una superación de la
separatidad. Hablar de la propia vida, de las esperanzas y angustias, mostrar
los propios aspectos infantiles, establecer un interés común frente al mundo
=se consideran formas de salvar la separatidad-. Aun la exhibición de enojo,
odio, de la absoluta falta de inhibición, se consideran pruebas de intimidad, y
ello puede explicar la atracción pervertida que sienten los integrantes de
muchos matrimonios que sólo parecen íntimos cuando están en la cama o cuando
dan rienda suelta a su odio y a su rabia recíprocos. Pero la intimidad de este
tipo tiende a disminuir cada vez más a medida que transcurre el tiempo. El
resultado es que se trata de encontrar amor en la relación con otra persona,
con un nuevo desconocido. Este se transforma nuevamente en una persona
«íntima», la experiencia de enamorarse vuelve a ser estimulante e intensa, para
tornarse otra vez menos y menos intensa, y concluye en el deseo de una nueva
conquista, un nuevo amor -siempre con la ilusión de que el nuevo amor será
distinto de los anteriores-. El carácter engañoso del deseo sexual contribuye
al mantenimiento de tales ilusiones.
El
deseo sexual tiende a la fusión -y no es en modo alguno sólo un apetito físico,
el alivio de una tensión penosa-. Pero el deseo sexual puede ser estimulado por
la angustia de la soledad, por el deseo de conquistar o de ser conquistado, por
la vanidad, por el deseo de herir y aun de destruir, tanto como por el amor.
Parecería que cualquier emoción intensa, el amor entre otras, puede estimular y
fundirse con el deseo sexual. Como la mayoría de la gente une el deseo sexual a
la idea del amor, con facilidad incurre en el error de creer que se ama cuando
se desea físicamente. El amor puede inspirar el deseo de la unión sexual; en
tal caso, la relación física hállase libre de avidez, del deseo de conquistar o
ser conquistado, pero está fundido con la ternura. Si el deseo de unión física
no está estimulado por el amor, si el amor erótico no es a la vez fraterno,
jamás conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio. La
atracción sexual crea, por un momento, la ilusión de la unión, pero, sin amor,
tal «unión» deja a los desconocidos tan separados como antes -a veces los hace
avergonzarse el uno del otro, o aun odiarse recíprocamente, porque, cuando la
ilusión se desvanece, sienten su separación más agudamente que antes-. La
ternura no es en modo alguno, como creía Freud, una sublimación del instinto
sexual; es el producto directo del amor fraterno, y existe tanto en las formas
físicas del amor, como en las no físicas.
En
el amor erótico hay una exclusividad que falta en el amor fraterno y en el
materno. Ese carácter exclusivo requiere un análisis más amplio. La exclusividad
del amor erótico suele interpretarse erróneamente como una relación posesiva.
Es frecuente encontrar dos personas «enamoradas» la una de la otra que no
sienten amor por nadie más. Su amor es, en realidad, un egotismo á deux; son
dos seres que se identifican el uno con el otro, y que resuelven el problema de
la separatidad convirtiendo al individuo aislado en dos. Tienen la vivencia de
superar la separatidad, pero, puesto que están separados del resto de la
humanidad, siguen estándolo entre sí y enajenados de sí mismos; su experiencia
de unión no es más que ilusión. El amor erótico es exclusivo, pero ama en la
otra persona a toda la humanidad, a todo lo que vive. Es exclusivo sólo en el
sentido de que puedo fundirme plena e intensamente con una sola persona. El
amor erótico excluye el amor por los demás sólo en el sentido de la fusión
erótica, de un compromiso total en todos los aspectos de la vida -pero no en el
sentido de un amor fraterno profundo-.
El
amor erótico, si es amor, tiene una premisa. Amar desde la esencia del ser -y
vivenciar a la otra persona en la esencia de su ser-. En esencia, todos los
seres humanos son idénticos. Somos todos parte de Uno; somos Uno. Siendo así,
no debería importar a quién amamos. El amor debe ser esencialmente un acto de
la voluntad, de decisión de dedicar toda nuestra vida a la de la otra persona.
Ese es, 44 sin duda, el razonamiento que sustenta la idea de la indisolubilidad
del matrimonio, así como las muchas formas de matrimonio tradicional, en las
que ninguna de las partes elige a la otra, sino que alguien las elige por
ellas, a pesar de lo cual se espera que se amen mutuamente. En la cultura
occidental contemporánea, tal idea parece totalmente falsa. Supónese que el
amor es el resultado de una reacción espontánea y emocional, de la súbita
aparición de un sentimiento irresistible. De acuerdo con ese criterio, sólo se
consideran las peculiaridades de los dos individuos implicados –y no el hecho
de que todos los hombres son parte de Adán y todas las mujeres parte de Eva-.
Se pasa así por alto un importante factor del amor erótico, el de la voluntad.
Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso -es una decisión, es un
juicio, es una promesa-. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no
existirían bases para la promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza
y puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto
no implica juicio y decisión?
Tomando
en cuenta esos puntos de vista, cabe llegar a la conclusión de que el amor es
exclusivamente un acto de la voluntad y un compromiso, y de que, por lo tanto,
en esencia no importa demasiado quiénes son las dos personas. Sea que el
matrimonio haya sido decidido por terceros, o el resultado de una elección
individual, una vez celebrada la boda el acto de la voluntad debe garantizar la
continuación del amor. Tal posición parece no considerar el carácter paradójico
de la naturaleza humana y del amor erótico. Todos somos Uno; no obstante, cada
uno de nosotros es una entidad única e irrepetible. Idéntica paradoja se repite
en nuestras relaciones con los otros. En la medida en que todos somos uno,
podemos amar a todos de la misma manera, en el sentido del amor fraternal. Pero
en la medida en que todos también somos diferentes, el amor erótico requiere
ciertos elementos específicos y altamente individuales que existen entre
algunos seres, pero no entre todos.
Ambos
puntos de vista, entonces, el del amor erótico como una atracción completamente
individual, única entre dos personas específicas, y el de que el amor erótico
no es otra cosa que un acto de la voluntad, son verdaderos -o, como sería quizá
más exacto, la verdad no es lo uno ni lo otro-. De ahí que la idea de una
relación que puede disolverse fácilmente si no resulta exitosa es tan errónea
como la idea de que tal relación no debe disolverse bajo ninguna
circunstancia.
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